Al otro lado del azul Elga del Valle

Al otro lado del azul Elga del Valle

¿Cómo se lee un poema? Dice José Luis Vega que la poesía se escribe con pasión, sinceridad y más que nada intensidad. Pues, yo pienso que así mismo debe leerse. Un libro de poemas que llega a mis manos es un altar ante el cual me inclino en reverencia, porque adentrarse en la esencia de las palabras supone el ejercicio de un alma noble, la del poeta, que se desprende de sus egoísmos para servir de pórtico al mundo de significados que supone el universo de la palabra escrita y hablada, dicha o sugerida… Porque la palabra es solo la piel, tras la cual se resguardan la pluralidad de imágenes que nos rondan desde que tenemos uso de razón.

El texto de Del Valle plasma su sentir íntimo acerca del mundo en un lienzo que anuncia la fiesta de los sentidos: olores, tacto, sabores, olfato y, sobre todo, la mirada; y es a través del sujeto lírico que los lectores accedemos, a través de la mirada, al universo poético que conforman esta serie de poemas. A lo largo del poemario, el poeta implícito va trazando en el paño de la página una estela de colores en los que predominan los tonos de azules. ¿Es el azul el color primigenio? ¿Remite a la verdadera esencia del ser?

La primera sección, Índigo, consta de 6 poemas en variedad de tonos de azul. En estos predomina el sentimiento de la ausencia del amado, carencia que invita a la muerte, al suicidio: “sucumbo/ la muerte ES/ abismo/ seducción” (p. 21) Pero, el hablante poético se redime en la expresión de sus sentimientos: “tu sangre en mi sangre/torrente/aliento/boca…/escribo…” (p. 23)

El dolor del vacío, el enfrentamiento con la nada, solo se supera con su verbalización: ¡la palabra salva! Las palabras rellenan los intersticios de la soledad. Luego se apela al olvido. Pero el olvido, dijo alguna vez el poeta Félix Córdova, es el guardián del recuerdo, no su contrario; más bien, resguarda a este último de la nada total. Esta voz lírica invita al amado a la creación mediante el regalo de una serie de piedras: el ópalo, la amatista, malaquitas, turquesas, esmeraldas y perlas. Todas, piedras protectoras, que potencian la conciencia, sanan y ayudan al desarrollo espiritual. Finalmente, echa todo al olvido, perdona, se desprende…o, al menos, lo intenta. Solo para descubrir que está más vigente que nunca el dolor de lo inconcluso.

La segunda sección, lapislázuli, parece el retorno al amado, el erotismo se impone y las palabras, ¡ah!, las palabras, siempre salvan: “las letras/ las palabras hilvanadas te rescatan/ te transportan a mundos paralelos/ parajes de euforia y embeleso” (p. 35) Y el poeta implícito sigue trazando la ruta. Como Van Gogh, pinta sus sueños, pero con la palabra, la que envuelve todos los sentidos y atrae la atención con un extraordinario juego metafórico.

La tercera sección lleva de epígrafe turquesa. En esta, una expresión minimalista estalla en el eros del tú, unión de cuerpo y alma.

En azul plomizo, el acento se torna más oscuro, vuelve a predominar lo gris, la tristeza, el sentido de pérdida: “A veces/ solo a veces…/ recuerdo…” (p. 51) El abandono y la búsqueda de aquellos recuerdos de instantes fallidos.

En celeste, retorna la alegría y la ilusión, el azul claro de la bóveda celeste señala el camino a la esperanza, al amor y la fe renovada, con la certeza de las “nubes que se niegan a ocultarte tras el gris”. (p. 61) Luego, en amarillo, vuelve la vida a florecer, a iluminar “conversaciones amores sueños y desvelos” (p. 63) En la respuesta a tu por qué, se exalta al amado que es quien aclara los colores de la vida.

Al otro lado del azul nos revela una escritora con un extraordinario dominio de la palabra. El viaje que supone la lectura de este conjunto de versos nos invita a entrar al mundo onírico de la poeta y acompañarla en una travesía a través de los sentidos para que compartamos, al menos por un momento, su visión de mundo. Si este era la intención, me parece que Del Valle lo ha logrado.

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marzo 3, 2021 · 12:13 pm

Resistencia desde la ingenuidad: Conferencia sobre Abelardo Díaz Alfaro durante la Campechada 2020 del Instituto de cultura puertorriqueña

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Conversatorio con el Dr. Lauro Zavala acerca de la minificción y el microrrelato

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Poema XX

“Time is the substance I am made of. Time is a river which sweeps me along, but I am the river; it is a tiger which destroys me, but I am the tiger; it is a fire which consumes me, but I am the fire.”
Borges

XX.

I always think about the river, its tenuous reverb, its eternal play with light. Its surface is the border between two parallel worlds. It is its way of showing us the dual nature of the world, of our being here.

I have admired the river: strong and subtle, solid and supple. Sometimes the same as always, never the same; feigning serenity but boiling deep inside. Just like thought, just like ourselves.

I have mulled over the river, its mission, and how it patiently pours overand spills, flares up and calms down, it is and it isn’t, eternally in its cycle.

I was always afraid of the river. The bandage over my eyes had made everything starkly opaque. And I thought I was safe where I was and dreaded going near the other side, but I dreamed of it, sensed, imagined, longed for it.

Today I go back to the river. Its currents no longer scare me. Nor its depths cause any worry. I just enjoy the unforeseen, grow stronger with its sketchy route. This river took me to you, returned me to you.

I always think of the river, and understand the futility, the vain course, of my enterprise.Water is our only sign, and in the middle of the maelstrom, we have seen each other.

Let us flow, yes, let us flow together toward the forthcoming cycles, my love!

RRS

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La ensayística de René Marqués: entre Nacionalismo y Populismo

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octubre 31, 2019 · 9:22 pm

«Saussure, Voloshinov y Bajtín revisitados. Estudios históricos y epistemológicos»: Dora Riestra (comp.)

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junio 23, 2019 · 8:09 pm

. ¡Ojalá no me equivoque, ojalá haya mirado bien! Comentarios al poemario …a merced de tu mirada / de Ricardo Rodríguez Santos, por Rubis Marilia Camacho

…a merced de tu mirada / de Ricardo Rodríguez Santos

Editorial Areté Boricua, San Juan, Puerto Rico

aretedepuertorico@gmail.com

 

La Dra. Flor María Piñeiro solía decir que: “Todo libro es un acto de amor, porque en el proceso de escribirlo y publicarlo hay un corazón, una voluntad empujando para que esas palabras lleguen a otras manos. El editor guatemalteco, Armando Rivera, afirma que todo libro tiene su destino. Tal vez por eso, me llamó una noche desde París, para decirme que se había llevado varios ejemplares de mi libro “El fraile confabulado”, (tirada de bolsillo) y los estaba dejando en las bancas de los parques, en las estaciones de tren, sobre una mesa en una cafetería… en el cuarto del hotel…

También dice que los libros de poesía deben recibirse con el candor y con la gratitud con la que se recibe una ofrenda. Entonces, hoy Ricardo Rodríguez Santos nos ofrenda 20 poemas, escritos durante los últimos cinco años; versos cuya harina ha amasado hasta construir el inicio de una poética que devela las sombras que lo atraviesan, las claridades que lo habitan, las desolaciones que lo surcan, y las esperanzas que lo mantienen erguido en la proa del barco.

Creo que la imaginación y la filosofía manifiestan su mayor esplendor en la poesía, sin descartar su importancia en géneros como el cuento y la novela. En la poesía, la imaginación es el espacio vibrante donde se construyen visiones e imágenes que derrotan los límites de las leyes humanas: las leyes de la física, de la química, de la biología… por eso la voz poética puede trascender muros, perderse, disolverse en el aire, regresar, trascender, morir, resucitar, volver a morir y volver a resucitar. Por eso, la voz poética puede afirmar en el poema tercero y cito: “Disuelto en el aire, la brisa me esparce y dispersa…”, o como en el poema 15: “Del desierto y sus quimeras llego, vuelvo, me detengo, regreso. Las dunas a la distancia siempre nublan mi percepción, siempre”.

Un título atrayente aparece debajo de unos ojos mansos y serenos, ojos que parecen dos lagos silenciosos. Sí, el poemario se titula “…a merced de tu mirada”. Los que conocemos un poquito a Rodríguez Santos, sabemos de cuan férreamente defiende aquello en lo que cree, cuan férreamente trata de descifrar, definir y encausar los postulados que sostienen su vida; por lo tanto, el título, “…a merced de tu mirada” no es una posibilidad de sumisión, mucho menos de servilismo. A mi juicio, es una puerta semi abierta, una tentación al riesgo, sí, al riesgo de asomarnos a su mundo interior, que, es decir, la total desnudez de la voz poética, la patria más íntima; porque hacer poesía es ir más allá del vestido, y más allá de la piel.

El poeta se ha puesto en el centro a merced de nuestras miradas, y los que le rodeamos no podemos mirarlo, sino desde nuestras concepciones del mundo, nuestras fuentes de alegrías y prejuicios. Miramos desde la generosidad del lenguaje, o desde la limitación del lenguaje, cuando todavía, como Borges, nos estamos preguntando si existe la posibilidad de una correspondencia perfecta entre las palabras y las cosas; o como señala Augusto Palma en “La ficción de la filosofía”: “…el lenguaje es meramente un vehículo a través del cual nos dirigimos a la realidad, pero es posible que no sea lo suficientemente transparente como para garantizar la existencia única de la realidad y la verdad”.

En el poema de Borges “El golem”, Este afirma: “si el nombre es arquetipo de la cosa, en las letras de rosa, está la rosa, y todo el Nilo en la palabra Nilo”.

De modo que estos elementos están ahí, interviniendo con la poesía que está a merced de nuestras miradas. No obstante, si se lee cuidadosamente este poemario, se pueden trazar ciertas pistas que develan los niveles de emoción que contienen estas palabras hechas poema. En primer lugar, la voz poética reconoce el espacio de la nada. Aunque parezca una antítesis, la nada es un espacio, una región donde gravita el espíritu del poeta. Cito: “Vago sin rumbos por senderos de la nada” (poema 3), “Tanteo una y otra vez las paredes de la nada” (poema 4), “que el corazón, pobre corazón, gima agudamente y así se rompan finalmente los nudos de la nada” (Poema 6), “El silencio no es la paz, es la nada colgando del sol” (poema 16). Cuando repasaba estas líneas del poemario, fue inevitable amarrar estas bellas y angustiosas imágenes de Ricardo Rodríguez Santos, con la angustia de Whitman en Canto a mí mismo, cuando afirma: y cito: “Yo y este misterio aquí estamos frente a frente”; también con el verso de Verlaine en Paseo sentimental y cito: “Yo erraba solo, paseando mi llaga a lo largo del estanque…”

En nuestro poeta hay una búsqueda (Ante mi sed perpetua me pregunto por el oasis), por eso el poemario es un viaje “que se bifurca entre las tinieblas”, como afirma en el Poema 3, “un viaje sin rumbo por un camino oscuro, siempre oscuro”, insiste en el poema 4.

La voz poética no encuentra un asidero, no encuentra una hendidura hacia donde proyectar su luz, siente que las sombras le asechan, pesa tanto el pasado, es un pasado tan presente: “Sobrevuelan como buitres sobre los cadáveres de mis verbos…corro desesperado y me diluyo en el verso profano…” (cierro la cita)

Y todo parece perdido, y todo parece perdido hasta que grita, en el poema 8: “De repente tu piel, Enuncio y soy”. Total afirmación del encuentro humano, total reconciliación con lo concreto de la carne, total afirmación de que el camino se construye con y para el otro o la otra; que con el otro, o la otra, damos propósito a la ruta. ¿Recuerdan ustedes las palabras que Rosía la Verde le entrega al guerrero Rhodo, en el poema La espada encendida de Pablo Neruda? El guerrero mira a la campesina surgida de las devastaciones glaciares mientras ella le dice: “Nunca pude ser tierno como la leche, sino erizado y duro como la castaña polar, pero llegas tú, y sube en mí un bosque verde, y me convierto en rosa.”

Eso contempla …a merced de tu mirada: “De repente tu piel, Enuncio y soy.” La voz poética se salva. En el poema 17 lo nombra: “Esas noches que consumen polvo de estrellas, esos horizontes cansados de derretir esencias, esas voces del viento ya ronco, ya insípido, esas ondas del río que insisten en ser y no ser, esas manos del olvido, ya no son”.

La ofrenda de Ricardo Rodríguez Santos es una dádiva profundamente espiritual, profundamente humana, profundamente bella, honda como el río del poema 20, con el que cierra el poemario.

No ha necesitado Rodríguez Santos saturarnos de estructuras poéticas abarrocadas, porque la verdadera poesía se basta a sí misma. No ha necesitado impresionar con poemas largos, porque el gran logro de la verdadera poesía es la síntesis. Y en este poemario, que no niega lo desolado, se rescata lo resurrecto, lo que germina; en otras palabras, …a merced de tu mirada parece una vuelta a la flama, a la pasión, a la alegría de estar vivo y al reto de ser. ¡Ojalá no me equivoque, ojalá haya mirado bien!

 

Rubis M. Camacho

Narradora y poeta puertorriqueña

abril 2019

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marzo 8, 2019 · 4:45 pm

La vida es una trampa: Nota sobre La Fábrica de Botones, de Sandra Santana

Me gusta leer por diversión; o mejor, me divierto leyendo. Pero solo cuando la lectura me atrapa. Y eso únicamente puede suceder en las primeras tres páginas. Confieso que son varios los textos que empiezo y desecho de inmediato. No sabría decir qué exactamente es lo que me agarra. ¿Una trama seductora? ¿Una prosa fluida? La novela de Santana cumple con ambos requisitos. Quizás por eso la leí con tanto gusto, en tan poco tiempo.

La trama de esta singular novela se compone de una gran madeja de intrigas que obligan al lector (bueno, a mí, al menos) a reducir el ritmo de la lectura para poder entrar en diálogo con las diferentes historias que se van presentando. Alrededor de la misteriosa Fábrica de botones, de pronto nos vemos inmersos en la historia del País, específicamente en la despedida de año de 1986, noche trágica del fuego en el hotel Dupont Plaza. Todos los personajes están, de alguna manera, vinculados a la corrupción rampante del momento. El crimen organizado del cual no nos hemos podido desprender.

Vista en su fondo, esta novela se inserta en la tradición literaria del País, ya que las diversas historias que se tejen, en una enorme y corrupta telaraña, nos muestran la visión de mundo de la autora acerca de nuestra realidad como pueblo. En esta novela hay mucho fuego. La metáfora del incendio se extrapola de la fábrica al País. Y esta quemazón muestra nuestra piel deforme y chamuscada, como la de uno de los personajes.

Si puede soportar la hediondez de la piel quemada, le invito a entrar, a su propio riesgo.

Dr. Ricardo Rodriguez Santos

UPR, Carolina

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La historia de un libro habanero

Llegué a La Habana a descansar, y a buscar libros raros, por supuesto. Me quedé en la 19, entre L y K, cerca del Malecón. Todas las calles de La Habana terminan en el Malecón. Lo primero que hice fue buscar libros. Justo al doblar la esquina, en L, hay una casa llena de perros recogidos. Allí hay libros viejos, muy viejos. Justo lo que buscaba.
El habanero que me atiende tiene lentes redondos, no sé por qué me recordó a Gramsci. Le pregunto por textos de Virgilio Piñera, Lezama y Reinaldo Arenas. Ah, y por libros de Calvert Casey. Un amigo profesor me pidió que preguntara por los libros de Casey. El habanero medita. De inmediato corre adentro, los perros lo siguen, pero se detienen en el umbral. Cuando abre una apolillada puerta, consigo atisbar una enorme montaña de libros apilados en el piso. Enorme. Casi llegando al techo. Luego de cinco minutos sale con Varios de Virgilio, y me dice que vuelva en una hora, que está seguro que hay algo de Casey. Regreso más tarde, cuatro horas después, por aquello de asegurarme. Los ladridos anuncian mi llegada. El habanero sale con dos libros de Casey. Me muestras las páginas de título. «1963», dice. –Esto, en Puerto Rico, solo lo tendrás tú–, me dice. Cuando ve mi cara de interés, me abofetea con el precio. Le digo que no. Doy la vuelta para irme, doy dos pasos y, ¡milagro!, reduce el precio ridículamente. Viro y me los llevo. –Vuelva mañana que sé que tengo otros. Pero no volví.
Luego de varios días de rumba en La Habana, toca volver al paraíso…
Aquí ocurre lo interesante.
Cuando registro la maleta, el empleado me entrega el boleto y me advierte que tiene cuatro eses, SSSS. Significaba que había sido seleccionado al azar para doble inspección. Solo seleccionaron un pasajero de mi vuelo para esa inspección aleatoria…
Toman mi pasaporte y me llevan delante de toda la fila. Me registran. Me pasan papelitos por el cuerpo y la ropa buscando drogas o explosivos: nada.

Entonces es que sucede.

La empleada aduanera abre mi bulto de mano. Saca los libros uno a uno. Busca la página de título y las contraportadas. Hace muecas como de qué carajo es esto. –¿Le gusta leer?, me pregunta. –Un poco-, respondo… Me dice que ella no lee.
De momento saca el libro de Casey. Mira detenidamente la portada. Lo abre. Parece leer algo del mismo. Mira la foto de Casey en la contraportada. Se rasca la frente. Llama a otra empleda, se lo muestra. La otra toma el libro, lo abre y hojea, mira la contraportada. Ya llevo 15 minutos esperando. La otra llama a quien parece ser el supervisor. Le muestra el libro, le dice algo al oído. El supervisor agarra el libro, ve la página de título, luego la contraportada, la foto de Casey. Comentan por lo bajo. Él parece meditar algo ensimismado y finalmente me entrega el libro y mi bulto y me dice que me vaya.
Mientras acomodo todo, pienso en Gramsci, en qué había sucedido allí. ¿Pensarían que me llevaba algún libro de la Biblioteca Nacional? ¿Les parecería por alguna razón algún texto contrarrevolucionario?
Yo quise pensar que vieron la potencial amenaza de un libro. Lo que sería un arma de instrucción masiva, algo que siempre será peligroso para quien ostente el poder ya en el capitalismo o el comunismo. Ya volví a la Isla, pero aún reflexiono sobre la fuerza que tiene un libro, más que la polvora y la dinamita, sobre todo para los que no leen.

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