Archivo mensual: agosto 2025

El arte de decir mucho con poco en Cómo elaborar microficciones de Jorge Ortiz

 

La microficción ha dejado de ser un terreno marginal para convertirse en un campo central de la narrativa contemporánea. En Cómo elaborar microficciones (La Bisagra, 2025), Jorge Ortiz ofrece un texto que es, simultáneamente, manual didáctico, ensayo teórico y provocación crítica. Su objetivo no es solo enseñar a escribir textos breves, sino, sobre todo, pensar la brevedad como una poética autónoma, cargada de posibilidades formales y conceptuales.

Uno de los principales aportes del libro reside en su definición de la brevedad como un acto de condensación y no de simple reducción. Ortiz señala que “cada palabra pesa, cada silencio resuena”, subrayando que la economía expresiva exige rigor, no precipitación. Esta visión dialoga con las propuestas de Italo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio, particularmente con la noción de exactitud, que defiende el valor de las palabras justas en contextos mínimos.

Ortiz conceptualiza la microficción como un género proteico, capaz de adoptar múltiples formas: aforismo, poema, noticia, crónica, epístola. Este enfoque resulta iluminador porque sitúa al texto breve en un espacio de tránsito entre géneros, permitiendo lecturas híbridas y experiencias narrativas diversas. Tal perspectiva coincide con lo señalado por Lauro Zavala sobre la intermedialidad de los textos breves.

El autor dedica un apartado crucial a la participación activa del lector. En sus palabras, “la microficción no se completa en la página; es el lector quien, con su biblioteca mental, teje el sentido definitivo del texto”. Esta idea entronca con la noción de la obra abierta propuesta por Umberto Eco, donde el lector deja de ser receptor pasivo para convertirse en coautor del proceso interpretativo.

El manual incluye un anexo dedicado al ámbito educativo, en el que propone estrategias de uso de la microficción en diversos niveles de enseñanza. Lejos de trivializar el género, Ortiz lo presenta como un vehículo eficaz para fomentar el pensamiento crítico, la precisión verbal y la creatividad. Esta dimensión pedagógica convierte al libro en una herramienta particularmente valiosa para docentes y mediadores de lectura.

El equilibrio entre teoría y práctica constituye una de las fortalezas del texto. Ortiz combina un tono accesible con rigor conceptual, lo que permite al lector acercarse al género desde la reflexión y desde el ejercicio creativo. No obstante, como texto introductorio, puede dejar insatisfechos a quienes buscan un aparato crítico más amplio; sin embargo, esto no disminuye su valor, pues abre la puerta a nuevas indagaciones y diálogos con otros marcos teóricos.

El contexto digital en el que se inscribe la obra no pasa inadvertido. Ortiz sugiere que la brevedad contemporánea, lejos de ser una concesión a la velocidad y la inmediatez, puede ser una respuesta ética y estética a la saturación informativa. En ese sentido, la microficción se convierte en un espacio de resistencia, donde la profundidad se impone a lo efímero.

En definitiva, Cómo elaborar microficciones trasciende el formato de manual práctico. Es una invitación a pensar la brevedad como forma de conocimiento y como acto creativo complejo. El libro de Ortiz, con su equilibrio entre accesibilidad y rigor, se consolida como una referencia ineludible para el estudio y la enseñanza del género.

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El olvido del silencio: la elipsis como fundamento del microrrelato



“La sanción del crítico no es el sentido de la obra,
sino el sentido de lo que dice sobre ella.”
—Roland Barthes

“Aquí habrá pocas palabras,
pero yo sé que los silencios cuentan.”
—Julio Cortázar

La elipsis es un recurso literario que consiste en omitir información dentro de un texto, invitando al lector a inferir lo sucedido a partir de lo expresado. En otras palabras, permite al autor sugerir sin declarar, generando un vacío que el lector debe completar con su imaginación. Este mecanismo aparece en todos los géneros literarios, desde la poesía hasta la novela, y puede emplearse para provocar tensión, misterio, suspenso, humor u otros efectos.

En la narrativa, su uso es especialmente frecuente para realizar saltos temporales o insinuar hechos sin describirlos directamente. Por ejemplo, si un autor desea mostrar a un personaje afectado por un trauma, puede recurrir a la elipsis para pasar directamente a la escena en la que este se recupera en el hospital, omitiendo el episodio traumático. Así, se genera un impacto emocional que interpela activamente al lector. En la poesía, la elipsis también puede emplearse para causar sorpresa o evocar ideas más amplias y complejas.

Octavio Paz, uno de los más destacados poetas y ensayistas mexicanos, reflexionó con profundidad sobre la relación entre lenguaje, literatura y silencio. Consideraba al silencio como una presencia constante y necesaria, tanto en la vida como en la creación literaria. En su ensayo El arco y la lira, sostiene que el lenguaje no se reduce a palabras y frases, sino que incluye también los espacios entre ellas: los silencios, las pausas, lo no dicho. Para Paz, comprender estos elementos es esencial para alcanzar una visión más profunda del lenguaje y de la existencia humana.

Los filósofos griegos abordaron el tema del silencio desde diversas perspectivas. Para ellos, el silencio era una virtud, particularmente valorada en contextos de contemplación y sabiduría. Sócrates, por ejemplo, asociaba el silencio con la humildad, una cualidad que consideraba fundamental para alcanzar el conocimiento. Platón, por su parte, lo entendía como un requisito para la reflexión. En su diálogo Fedro, menciona a Harpócrates, dios griego del silencio, como figura inspiradora de introspección en quienes buscan la verdad.

Mijaíl Bajtín, influyente teórico literario y filósofo ruso del siglo XX, también reflexionó sobre el papel del silencio en su obra Problemas de la poética de Dostoievski. Para él, el silencio es una dimensión esencial de la comunicación, estrechamente ligada a la noción de polifonía, es decir, la coexistencia de múltiples voces y perspectivas en una obra. Según Bajtín, el silencio puede marcar pausas en el diálogo o en la acción, y ofrecer un espacio para que el lector intervenga activamente en la construcción del sentido. Asimismo, lo concibió como una forma de resistencia frente al poder dominante.

El microrrelato es un género que se define por su brevedad y su capacidad de condensar una historia completa en unas pocas palabras. Para lograrlo, resulta fundamental dominar herramientas narrativas como la elipsis. Este recurso permite omitir información relevante con distintos fines: generar suspenso, enfatizar determinados elementos o invitar al lector a completar la historia desde su perspectiva. En un formato tan limitado como el microrrelato, la elipsis se vuelve imprescindible para narrar con eficacia.

Quizá uno de los efectos más potentes de la elipsis sea su habilidad para crear misterio y suspenso. Al omitir detalles clave, el autor despierta en el lector la impresión de que hay algo oculto, lo cual lo motiva a continuar la lectura en busca de aquello no dicho. En este sentido, la elipsis actúa como un anzuelo que capta la atención del lector y la mantiene hasta el final.

Además, al eliminar detalles que podrían distraer, la elipsis contribuye a destacar elementos esenciales de la historia. Lo omitido, paradójicamente, intensifica lo presente.

Finalmente, este recurso permite una lectura participativa: al dejar vacíos en el texto, el autor abre un espacio para que el lector intervenga activamente, reconstruyendo lo no dicho con su propia imaginación. Esta colaboración implícita transforma la lectura en una experiencia más rica, personal y significativa.

Referencias

Barthes, Roland. El susurro del lenguaje. Traducción de Joaquín Jordá, Paidós, 1987.

Bajtín, Mijaíl. Problemas de la poética de Dostoievski. Traducción de C. Bayod, Fondo

de Cultura Económica, 1986.

Cortázar, Julio. Poesía completa. Alfaguara, 2008.

Paz, Octavio. El arco y la lira. Fondo de Cultura Económica, 1956.

Platón. Fedro. Traducción de Luis Gil, Gredos, 1992.

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El murmullo de lo no dicho: explorando Disonantes de Sara Coca

Sara Coca, con Disonantes, reafirma su posición como una de las voces más sólidas de la microficción contemporánea. Con 74 microrrelatos distribuidos en tres secciones —Cacofónicos, Familias asonantes y Eufónicos—, la autora construye un universo donde el sonido, el silencio y la elipsis se entrelazan con una naturalidad que demuestra su madurez literaria. Esta reseña, acompañada de una reflexión crítica sobre la elipsis en el microrrelato, busca ofrecer una lectura compendiada, pero accesible de su propuesta.

La musicalidad y el silencio como ejes

El título no es fortuito: Disonantes explora la tensión entre armonía y ruido, entre lo dicho y lo callado. En “Incomprensión”, el abuelo que “oye mejor por el oído que no escucha” (17) condensa ese conflicto entre percepción e incomunicación. Cada relato es breve pero resonante, trabajado con precisión para que cada palabra tenga peso.

Atmósferas y extrañamiento

Coca logra que lo cotidiano se vuelva inquietante. En el micro que le da título a la colección, el rechazo hacia unos vecinos raros y sus plantas ruidosas desemboca en un incendio que nadie se atreve a nombrar. La violencia, el miedo y el silencio se cruzan en apenas unas líneas, demostrando el poder de la elipsis bien ejecutada.

Lirismo y crítica social

En textos como “Nostalgia”, la personificación dota de emoción y memoria a un mástil que alguna vez fue árbol. En otros, como “La mujer del hombre elefante” o “El hurto”, el humor ácido y la crítica social se entrelazan para mostrar la indiferencia y el absurdo de lo humano, siempre con sutileza.

En conclusión, Disonantes confirma a Sara Coca como referente no solo en España, sino también en el panorama de la microficción puertorriqueña. Su dominio del ritmo, la elipsis y el silencio convierten este libro en una lectura imprescindible para quien busque en el microrrelato brevedad con profundidad y resonancia.

La elipsis como fundamento del microrrelato

La elipsis es más que una técnica narrativa: es el pulso oculto que sostiene gran parte de la microficción. Al omitir información, el autor no solo sugiere; invita al lector a intervenir. Octavio Paz señalaba que el silencio es parte del lenguaje; Roland Barthes recordaba que lo que dice el crítico es también creación; y Bajtín veía en el silencio un espacio polifónico, cargado de posibilidades. En Disonantes, esa tensión se hace evidente: lo no dicho pesa tanto como lo enunciado.

Cada microrrelato funciona como un enigma que el lector completa. Esta colaboración implícita transforma la lectura en un acto creativo, íntimo y participativo. Así, la elipsis no es solo economía verbal, sino un espacio de resonancia donde lo omitido se vuelve tan potente como lo presente.

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Monstruos, portentos y metamorfoseados: entre el mito, la sátira y la intimidad

Por: Dr. Ricardo Rodríguez Santos



El bestiario medieval no solo clasificaba criaturas reales y fantásticas; sobre todo, les daba sentido. Cada animal era espejo moral, advertencia o parábola. En Monstruos, portentos y metamorfoseados, Jaime L. Martell-Morales recupera esa tradición y la instala en el siglo XXI. Su libro, dividido en cuatro secciones —Monstruos, Portentos, Metamorfoseados y Otros fabulosos portentos—, funciona como un bestiario contemporáneo: breve, afilado y profundamente simbólico. En sus microtextos, el autor combina crítica social, introspección y humor ácido, en la línea de maestros del microrrelato como Augusto Monterroso y Marco Denevi, pero con una voz propia que reinterpreta los arquetipos del pasado.

En “La Bestia”, el monstruo es memoria y trauma. El narrador observa cómo, ante la reaparición de la criatura, las cicatrices se abren sin contacto físico. Aquí el monstruo no es un ser externo, sino el recuerdo de un daño imposible de suturar. Como en los bestiarios medievales, el animal es símbolo; pero Martell-Morales lo vuelve íntimo y psicológico. Este monstruo no enseña una lección moral, sino que exhibe la persistencia del dolor. Así actualiza la función alegórica de los códices iluminados: descifrar lo invisible a través de lo visible.

En “Buitre”, la alegoría se desplaza al terreno político. “Asombrosamente proliferaron los buitres que se apoderaron de la casa de las leyes…” (12). La sátira es clara: el ave carroñera encarna a los poderes que devoran instituciones, en una imagen que mezcla humor negro y denuncia. Es aquí donde Martell-Morales se acerca al espíritu de Monterroso, quien en textos como “El eclipse” o “El dinosaurio” logra, con apenas unas líneas, una crítica punzante a sistemas de poder. El micro, al igual que los antiguos bestiarios que asociaban animales con vicios y virtudes, convierte al buitre en símbolo de la corrupción contemporánea.

En “Caballo”, el animal no es símbolo externo, sino víctima de la indiferencia humana. El microtexto muestra a un caballo que “lloraba la indolencia de su dueño”, quien lo ofrece para el comercio ilícito de carne equina. La personificación del dolor animal recuerda los bestiarios medievales, donde cada criatura tenía voz y propósito, pero aquí la lección no es teológica sino ética: el texto nos confronta con el costo humano y moral de la explotación. El caballo, en su llanto silencioso, se vuelve un espejo de las vidas desechadas por utilidad.

Por su parte, “Camaleón” aborda la identidad como disfraz y disolución. “Quiso parecerse tanto a unos y otros, que dejó de verse como ella misma y dejó de existir como ella misma” (30). En apenas una línea, el micro condensa el drama contemporáneo de la adaptación extrema: el borramiento del yo en una sociedad de máscaras. Denevi ya exploraba en sus fábulas el absurdo humano con igual contundencia; Martell-Morales lleva ese gesto a un terreno íntimo y universal, donde el camaleón es cada individuo que, al renunciar a su singularidad, termina por desaparecer.

La tercera parte del libro introduce la transformación como destino. En “Cigarra”, el protagonista, marcado por el rechazo familiar, se sepulta en su propio cuerpo hasta volverse invisible y, finalmente, transformarse en cigarra. Su estridulación, más que ruido, es defensa y renacimiento. Este micro se aleja del humor ácido y se adentra en la poesía del dolor. Aquí la metamorfosis no es castigo —como en Ovidio— sino resistencia. Como en ciertos relatos de Monterroso, donde lo fantástico roza lo existencial, Martell-Morales convierte el símbolo animal en refugio y afirmación.

El hilo que une a estos microtextos con Monterroso y Denevi es la economía expresiva y la densidad simbólica. Como el guatemalteco con su célebre dinosaurio, Martell-Morales sabe que una frase puede contener una historia completa; como Denevi, utiliza la fábula y la ironía para desnudar las miserias humanas. Pero su aporte más singular está en el diálogo que establece con la tradición de los bestiarios: esos libros que buscaban ordenar el mundo a través de los animales.

En el siglo XIII, el lector veía al león como Cristo o al lobo como el diablo. En el siglo XXI, el lector de Monstruos, portentos y metamorfoseados ve a la Bestia como trauma, al Buitre como corrupción, al Camaleón como alienación y a la Cigarra como resiliencia. Las criaturas siguen cumpliendo su función simbólica, pero ya no para revelar el orden divino, sino para iluminar el caos contemporáneo.

Este libro demuestra que el bestiario no es un género muerto, sino una forma plástica y adaptable. Martell-Morales toma la lección medieval —la potencia del símbolo animal— y la traduce al lenguaje breve del microrrelato. Así, sus criaturas no viven en pergaminos iluminados, sino en escenarios urbanos, políticos y emocionales. Es un bestiario que habla de heridas, de hambre, de identidades en fuga y de cuerpos que buscan transformarse para sobrevivir.

Como los antiguos códices, este nuevo bestiario también enseña a leer el mundo: no como orden, sino como advertencia, espejo y posibilidad. En su brevedad, estos micros nos recuerdan que el monstruo, el portento y el metamorfoseado siguen ahí, en nosotros, esperando ser nombrados para, quizá, ser comprendidos.

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