Por: Dr. Ricardo Rodríguez Santos

El bestiario medieval no solo clasificaba criaturas reales y fantásticas; sobre todo, les daba sentido. Cada animal era espejo moral, advertencia o parábola. En Monstruos, portentos y metamorfoseados, Jaime L. Martell-Morales recupera esa tradición y la instala en el siglo XXI. Su libro, dividido en cuatro secciones —Monstruos, Portentos, Metamorfoseados y Otros fabulosos portentos—, funciona como un bestiario contemporáneo: breve, afilado y profundamente simbólico. En sus microtextos, el autor combina crítica social, introspección y humor ácido, en la línea de maestros del microrrelato como Augusto Monterroso y Marco Denevi, pero con una voz propia que reinterpreta los arquetipos del pasado.
En “La Bestia”, el monstruo es memoria y trauma. El narrador observa cómo, ante la reaparición de la criatura, las cicatrices se abren sin contacto físico. Aquí el monstruo no es un ser externo, sino el recuerdo de un daño imposible de suturar. Como en los bestiarios medievales, el animal es símbolo; pero Martell-Morales lo vuelve íntimo y psicológico. Este monstruo no enseña una lección moral, sino que exhibe la persistencia del dolor. Así actualiza la función alegórica de los códices iluminados: descifrar lo invisible a través de lo visible.
En “Buitre”, la alegoría se desplaza al terreno político. “Asombrosamente proliferaron los buitres que se apoderaron de la casa de las leyes…” (12). La sátira es clara: el ave carroñera encarna a los poderes que devoran instituciones, en una imagen que mezcla humor negro y denuncia. Es aquí donde Martell-Morales se acerca al espíritu de Monterroso, quien en textos como “El eclipse” o “El dinosaurio” logra, con apenas unas líneas, una crítica punzante a sistemas de poder. El micro, al igual que los antiguos bestiarios que asociaban animales con vicios y virtudes, convierte al buitre en símbolo de la corrupción contemporánea.
En “Caballo”, el animal no es símbolo externo, sino víctima de la indiferencia humana. El microtexto muestra a un caballo que “lloraba la indolencia de su dueño”, quien lo ofrece para el comercio ilícito de carne equina. La personificación del dolor animal recuerda los bestiarios medievales, donde cada criatura tenía voz y propósito, pero aquí la lección no es teológica sino ética: el texto nos confronta con el costo humano y moral de la explotación. El caballo, en su llanto silencioso, se vuelve un espejo de las vidas desechadas por utilidad.
Por su parte, “Camaleón” aborda la identidad como disfraz y disolución. “Quiso parecerse tanto a unos y otros, que dejó de verse como ella misma y dejó de existir como ella misma” (30). En apenas una línea, el micro condensa el drama contemporáneo de la adaptación extrema: el borramiento del yo en una sociedad de máscaras. Denevi ya exploraba en sus fábulas el absurdo humano con igual contundencia; Martell-Morales lleva ese gesto a un terreno íntimo y universal, donde el camaleón es cada individuo que, al renunciar a su singularidad, termina por desaparecer.
La tercera parte del libro introduce la transformación como destino. En “Cigarra”, el protagonista, marcado por el rechazo familiar, se sepulta en su propio cuerpo hasta volverse invisible y, finalmente, transformarse en cigarra. Su estridulación, más que ruido, es defensa y renacimiento. Este micro se aleja del humor ácido y se adentra en la poesía del dolor. Aquí la metamorfosis no es castigo —como en Ovidio— sino resistencia. Como en ciertos relatos de Monterroso, donde lo fantástico roza lo existencial, Martell-Morales convierte el símbolo animal en refugio y afirmación.
El hilo que une a estos microtextos con Monterroso y Denevi es la economía expresiva y la densidad simbólica. Como el guatemalteco con su célebre dinosaurio, Martell-Morales sabe que una frase puede contener una historia completa; como Denevi, utiliza la fábula y la ironía para desnudar las miserias humanas. Pero su aporte más singular está en el diálogo que establece con la tradición de los bestiarios: esos libros que buscaban ordenar el mundo a través de los animales.
En el siglo XIII, el lector veía al león como Cristo o al lobo como el diablo. En el siglo XXI, el lector de Monstruos, portentos y metamorfoseados ve a la Bestia como trauma, al Buitre como corrupción, al Camaleón como alienación y a la Cigarra como resiliencia. Las criaturas siguen cumpliendo su función simbólica, pero ya no para revelar el orden divino, sino para iluminar el caos contemporáneo.
Este libro demuestra que el bestiario no es un género muerto, sino una forma plástica y adaptable. Martell-Morales toma la lección medieval —la potencia del símbolo animal— y la traduce al lenguaje breve del microrrelato. Así, sus criaturas no viven en pergaminos iluminados, sino en escenarios urbanos, políticos y emocionales. Es un bestiario que habla de heridas, de hambre, de identidades en fuga y de cuerpos que buscan transformarse para sobrevivir.
Como los antiguos códices, este nuevo bestiario también enseña a leer el mundo: no como orden, sino como advertencia, espejo y posibilidad. En su brevedad, estos micros nos recuerdan que el monstruo, el portento y el metamorfoseado siguen ahí, en nosotros, esperando ser nombrados para, quizá, ser comprendidos.

